Kosteki y Santillán
La primera pregunta que le hicieron los
periodistas después de asumir fue por los piqueteros Darío Santillán y
Maximiliano Kosteki. Juan José Alvarez
respondió que los asesinatos ocurrieron en la estación de Avellaneda,
bien lejos de la jurisdicción que él controlaba, y que sólo
intervinieron policías provinciales. La cuestión merece análisis, dado
que los familiares de las víctimas consideran a Alvarez uno de los
responsables políticos de aquel horrendo episodio y con toda razón
reprochan al gobierno nacional no haber cumplido la promesa de una
comisión investigadora. Me consta, pero no sólo a mí, que Alvarez se
batió en minoría dentro del gobierno interino del senador Duhalde para
que no prevaleciera la lógica de la represión. Vale la pena la cita
textual de un párrafo publicado aquí el 9 de junio de 2002, tres semanas
antes del crimen: “En la reunión de La Pampa tuvo cruces muy duros con
varios gobernadores. El de La Pampa, Rubén Marín, le dijo en sorna: ‘¿Te
vas a decidir a dar goma?’. El secretario de seguridad Juan José
Alvarez le respondió: ‘¿Por qué en vez de pedirme fuerzas federales a mí
no mandás a tu policía a darle goma a la gente que hace siete horas nos
está puteando en la puerta?’ El de Salta, Juan Carlos Romero, clamó que
los cortes de calles y rutas y las ocupaciones de edificios públicos
afectaban la seguridad del Estado. ‘Vos desalojaste a una maestra
rebelde con la policía y te incendiaron la provincia. ¿Esa es la
seguridad del Estado que querés?’ La disputa no ha concluido. Lejos de
ello, una fuerte presión se ejerce para forzar su alejamiento. (...) Designado
en su cargo por el efímero presidente Adolfo Rodríguez Sáa, Alvarez va
por su sexto mes pugnando para que la peor crisis económica y social de
la historia no desemboque en la tragedia que podrían desatar unas pocas
órdenes tan ligeras como los razonamientos de quienes lo cuestionan por
su supuesta pasividad”. La nota agregaba que Alvarez ofreció su renuncia
en caso de que se accediera a la propuesta de Horacio Jaunarena y
Ricardo Brinzoni de devolver funciones de seguridad a las Fuerzas
Armadas, que Duhalde entonces desechó. Lo sabe Elisa Carrió, quien lo
declaró en Montevideo durante un viaje que hicimos juntos en aquel
momento para participar en un seminario de Naciones Unidas. No lo
ignoran los dirigentes de la CTA que durante esos meses calientes se
mantuvieron en contacto telefónico con Alvarez en cada movilización,
para que ningún gesto equívoco de cualquier lado desatara lo
irreparable. Sin embargo ahora le enrostran responsabilidades por la
represión, como si todo lo hubieran olvidado. El 26 de junio de 2002 no
se cortó un puente, sino nueve al mismo tiempo. Los otros cortes fueron
impedidos por la Policía Federal y la Gendarmería sin que hubiera una
sola víctima. El policía bonaerense que mató a Santillán, Alfredo
Fanchiotti, hizo su carrera próximo al ex intendente de Guernica Oscar
Rodríguez, compañero de la mesa de póker de Duhalde. Las comunicaciones
de ese día muestran que ese comisario, a quien Felipe Solo presentaba
como el policía modelo, llamó después del tiroteo a la SIDE, donde
Rodríguez era el segundo. Alvarez proviene de la derecha justicialista,
hizo una carrera de más de veinte años junto a Duhalde, fue ministro de
Rückauf y una claque sindical acompañó su juramento. Ideológicamente
tiene poco que ver conmigo y con los lectores de esta página. Pero en
los peores momentos que la sociedad argentina pasó después de la
dictadura, demostró prudencia y respeto por la vida y coraje para no
dejarse avasallar. Recordarlo ahora no es un servicio a Alvarez, sino a
la sociedad, que necesita conocer con la mayor objetividad posible los
hechos y sus protagonistas si quiere construir un futuro algo mejor.
¿Qué utilidad tiene escarnecer a quien intentó impedir la masacre y
pasar por alto al ministro de seguridad de la provincia de Buenos Aires,
el ex abogado policial Luis Genoud? El gobernador Felipe Solo lo hizo
renunciar como fusible y luego lo recompensó nada menos que con un
asiento en la Suprema Corte de Justicia Provincial. Desde allí,
convalida la situación monstruosa que se vive en las cárceles y
comisarías bonaerenses, en las que una persona es asesinada por semana.
Por la razón que fuere, exigir justicia pero desdeñar la verdad es una
táctica autoderrotista para una sociedad más consciente que nunca de su
necesidad de cambiar.
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