LA MACROECONOMIA LUCE ESPLENDIDA, PERO NO PARA TODOS
Conurbano: once años con la tasa de pobreza arriba del 30%
Eso significa padres, hijos y hogares que no conocen otra condición de vida.
Por Alcadio Oña
Hace
once años —desde octubre de 1995— que el índice de pobreza no baja del
30% en los partidos del conurbano bonaerense. El último dato oficial, lo
sitúa en 37%.
Más grave que ese promedio es la
situación en La Matanza, Florencio Varela, Esteban Echeverría, Almirante
Brown o cualquier otra zona del segundo cordón, el GBA 2. En estos once
años, allí el índice estuvo casi siempre arriba del 40%.
Eso
significa, lisa y llanamente, que ya existe un altísimo número de hijos
pobres de padres pobres: igual que en otros lugares del país. O, si se
prefiere, de hogares que no conocen otra condición de vida que ésa.
Podrá
alegarse, ciertamente, que hubo épocas peores: los índices mayores al
60% que se habían registrado en octubre de 2002. O poner toda la culpa
en las políticas de los 90. Pero la realidad canta, en números
aproximados, que en el conurbano existen hoy unas 3,2 millones de
personas que viven por debajo de la línea de pobreza, de las cuales
cerca de 2 millones están en el GBA 2.
La línea de
pobreza está determinada por "el conjunto de necesidades alimentarias y
no alimentarias consideradas esenciales". Y la representa una canasta
básica calculada en 859 pesos.
Esos 859 pesos fue
el salario mínimo que pidió la CGT, en las recientes negociaciones con
los empresarios y el Gobierno: logró 760 ahora y 800 desde setiembre.
Los fundamentos del planteo se vinculaban al costo de esa canasta, por
lo demás muy básica.
Según el especialista Ernesto
Kritz (El Cronista, 28 de julio), "la lógica del salario mínimo, como
política activa de ingresos, es establecer un piso en la estructura
salarial para proteger a las categorías más vulnerables de
trabajadores". Suena a una regla social difícil de contradecir —más no
de contravenir—, por mucho apego que se tenga por las formas del
mercado.
El problema es que la política de
ingresos activa que el Gobierno ha aplicado, a través de los sucesivos
aumentos del mínimo, aún deja afuera, casi por completo, al enorme
contingente de asalariados en negro o sometidos a condiciones laborales
precarias: más de 4 millones de personas.
Allí es,
precisamente, donde el rasgo dominante es la pobreza, aun cuando se
tenga empleo. El salario en negro no llega a cubrir el 60% de la canasta
básica y representa menos de la mitad del sueldo en blanco promedio.
Semejante
desestructuración al interior de la fuerza laboral ha barrido con otra
regla tradicional: que el trabajo en negro funcione como un amortiguador
temporario para quienes quedan fuera del sistema formal.
Trabajo
en negro significa, hoy, remuneraciones muy bajas e inestables,
ausencia de derechos laborales esenciales, condiciones de vida precarias
y, encima, riesgo permanente a quedar sin empleo. Hay quienes calculan
que en este segmento la desocupación pasa el 20%.
Donde,
si se quiere, se ha notado un cambio de tendencia es en sectores de
clase media baja. Allí, en algunas capas de ingresos la pobreza, todavía
muy alta, bajó a la mitad —entre 2003 y 2005— y en otras, prácticamente
desapareció. Pero en los estratos inferiores de la pirámide la
situación incluso empeoró: consecuentemente, siguen hundidos en la
pobreza tanto o más que antes.
Así, la primera
conclusión que salta a la vista es que estos 50 meses de crecimiento
económico fuerte e ininterrumpido no han derramado frutos
equitativamente. Otra, que para los sectores más desprotegidos la
potencia de la recuperación no es ni parecido al impacto que les
ocasionó la crisis. Y una tercera, pariente de las otras dos, es que,
aún con sus cualidades, el actual modelo no alcanza para satisfacer las
necesidades básicas de enormes capas de la población.
Suena
evidente, entonces, la necesidad de instrumentar políticas específicas
—entre ellas, la capacitación— de modo de incluir a millones de personas
hoy en los márgenes del sistema. Y aun si se mirara esta película desde
la platea, es bien sabido que la pobreza estructural y la exclusión
suelen manifestarse de las maneras más indeseadas. La conclusión es que
los grandes números de la macroeconomía lucen espléndidos, pero no para
todos.
Juan Jose Alvarez